(Esta es una de esas escasas entradas en las que uno comparte algo que casi nadie conoce.)
"
Sylvan's box" es un relato de Graham Priest, publicado en 1997, que con toda probabilidad no se ha traducido a ningún idioma. Tampoco ha ganado ningún premio. De hecho, "
Sylvan's box" no apareció en ninguna revista o antología de relatos, y es igualmente improbable que el nombre de
Priest le suene a los aficionados a la literatura.
Pero es una lectura esencial para quien pretenda teorizar sobre la frontera entre literatura fantástica y realista, y seguramente sea el único relato de la historia
aceptado y publicado por una revista profesional de Lógica, y que ha generado debate por sus implicaciones filosóficas.
Podemos encuadrar "
Sylvan's box" en la autoficción. La historia comienza en 1996, con Graham Priest conduciendo de camino al funeral de su amigo Richard (Sylvan, el dueño de la caja que, sí, encontrarán al examinar sus pertenencias). De hecho Sylvan
murió en 1996 y Priest se desplazó en coche a Bungendore, cerca de Canberra, para su entierro. La gran mayoría de los sucesos narrados, seguramente incluso el abrazo final con el albacea de Sylvan, son recuento de los hechos reales que acontecieron entonces. Aun así, el
abstract del relato nos advierte:
Este artículo contiene un relato que es inconsistente, de una manera esencial, pero perfectamente inteligible.
Es decir, el relato es "lógicamente contradictorio", a pesar de lo cual todos los lectores entenderemos perfectamente qué es lo que pasó (aunque lo que pasó fue contradictorio), y esa contradicción es consustancial a la historia y no puede expurgarse de ella.
Priest llega a la propiedad de Sylvan y encuentra a Nick, el albacea literario. La casa está "casi enteramente como Richard la había dejado esperando volver", excepto en una cosa: Nick ha comenzado a catalogar los papeles de Sylvan, y el contenido de muchas cajas (notas y borradores de libros, etc.) está esparcido por todas partes, de modo que "la única forma de moverse era, literalmente, abriéndose camino por el legado intelectual de Richard". Nick encarga a Priest un análisis de los trabajos inacabados de Sylvan en Lógica, ya que él no es competente en la materia.
Al día siguiente, mientras revuelve pilas de papeles,
noté que había una cajita situada entre esa pila y la de Meinong*. Era demasiado pequeña para contener artículos, pensé, quizá contuviera más cartas. La cogí y la examiné: era de un cartón marrón de mala calidad, posiblemente fabricada en algún país en vías de desarrollo. La tapa estaba pegada con cinta, y llevaba una etiqueta.
La etiqueta pone "Objeto Imposible" y una anotación, ilegible por el tiempo, de la que sólo se entiende la fecha 1979. Sí, es un poco manido: anda que no se habrán encontrado objetos imposibles de ficción al examinar las pertenencias de un muerto.
La divergencia entre la realidad y la ficción crece cuando Priest abre la caja y contempla su interior. Por supuesto, no diremos
lo que había en la caja de Sylvan, que es el eje significativo del relato. Priest, como un Borges cualquiera, trata de describirnos lo que experimentó (autoficción, ¿recuerdan?) al mirar en la caja del objeto imposible, aunque bien concede que "No se puede explicar a alguien con ceguera congénita a qué se parece el color rojo; análogamente, es imposible explicar la percepción de una contradicción, desnuda e insolente".
Aunque Priest siente la necesidad de un vaso de whisky, cruelmente el Priest autor le obliga a conformarse con una taza de té. Cuando Nick vuelve con la compra de Canberra, Priest le enseña la caja. Tras poner cara de curiosidad, incomprensión, incredulidad y pánico,
Me miró durante unos momentos, incapaz de decir nada. Pasó un tiempo que pareció bastante largo hasta que yo conseguí decir, muy débilmente:
-Raro, ¿no?
-Sí, nunca había visto nada como esto.
Durante la comida, tratan de analizar la situación racionalmente con la ayuda de una buena provisión de botellas de vino. Por qué Sylvan nunca les dijo que tenía la caja, dónde la habría conseguido, lo que "la existencia de tal objeto significaba para la lógica y para la metafísica", etc. La conversación continúa al día siguiente, y por un momento parece que se va a invocar la física cuántica como socorrida y decepcionante explicación; por suerte, el otro responde: "¿Eso es? Qué poco convincente". En todo caso, se preguntan, "¿Qué vamos a hacer?".
Y entonces entramos en la conclusión del relato, en la que no podía faltar un asombroso giro final y el cumplimiento de lo prometido: todos entendemos perfectamente lo que pasó, aunque fuera lógicamente contradictorio.
Desgraciadamente, no se puede comentar mucho en qué estriba la novedad de este relato sin revelar el secreto de la historia. Sí quiero apuntar que una palabra que veo inexplicablemente ausente en las reflexiones sobre literatura fantástica es "lógica". El no distinguir el papel de la lógica en el mapa del mundo emborrona la discusión y, entre otras cosas, es lo que lleva a David Roas a perseguir preguntas tan ridículas como si el descubrimiento de la física cuántica acaba con la literatura fantástica (que decíamos ayer).
En este caso, la historia es escrupulosamente realista en todos sus detalles excepto (¡quizás!) en la maquinaria o estructura lógica del mundo: el mundo del relato obedece una
lógica paraconsistente en lugar de una lógica clásica. La historia de cómo seres idénticos a nosotros descubren ese hecho y qué hacen al respecto en la ficción nos resulta completamente comprensible, aun cuando nosotros seamos absolutamente incapaces de imaginar que
nuestro propio mundo fuera paraconsistente.
Si abandonamos la lógica clásica en la construcción de las historias, podemos pensar que pasamos a un contexto en el que todo vale, o que justifica el cansino discurso posmoderno de la coexistencia de múltiples mundos, todos igual de verdaderos y de textuales. En
La caja de Sylvan se aprecia todo lo contrario: queda remarcada una diferencia esencial entre texto y realidad, ya que comprendemos el texto pese a que eso mismo sería incomprensible si lo viviéramos en la realidad. Esto es, en sí mismo, un monumento al poder de la literatura.
Y poco más puedo decir a quien no haya leído aún
el relato (pinchar en los enlaces al PDF).
*Alexius Meinong (1853-1920) se dedicó, entre otras cosas, de noche a dormir y de día a pensar que los objetos están más allá del ser y el no ser. Meinong llamó "absistencia" a la cualidad de un objeto que le permite ser un objeto sin tener ser, por oposición a la "existencia" y la "subsistencia". Sí, en serio :)
Por tanto, la referencia a Meinong es claramente intencionada.