martes, 17 de noviembre de 2009

Del contrato social y la revolución por las armas

Voy a contar una anécdota inocente sin más propósito que provocar una sonrisa. Una de las últimas veces que hice el trayecto Zaragoza-Gijón en autobús (nueve horas), ocurrió lo siguiente.

Resulta que la tecnología moderna permite que (pásmense) salga música de los teléfonos móviles. Pero no solo cuando llaman sino siempre, si uno lo quiere así. Además, los viajes de larga distancia son muy aburridos. Y cuánto más llevadero sería el viaje si uno fuera oyendo esa música que tanto le gusta. Por otra parte, todo el mundo a bordo tiene móvil...

Y ahora pongo una cita de la Wikipedia:
"La posición original es a Rawls, lo que el estado de naturaleza es a filósofos políticos previos como Thomas Hobbes o Rousseau. En este estado, las personas acuerdan las condiciones de un contrato que define los derechos y deberes básicos de los ciudadanos en una sociedad civil. La gran diferencia, sin embargo, consiste en que en el estado de naturaleza puede suceder que ciertos individuos (los más fuertes o talentosos) obtengan una ventaja sobre otros, más débiles o lerdos."
Porque llevábamos los débiles y lerdos cinco horas aguantando la matraca de un fuerte y talentoso ciudadano del este de Europa que nos había puesto ya todos los cuarenta principales de su país, de la Paulina Rubio de los Cárpatos al Locomía-folk de la puszta húngara, y vuelta a empezar. Todo ello justamente en mi misma fila, al otro lado del pasillo.

Cuando sonó la Paulina ya por tercera vez, nos quedamos mirándonos unos a otros con inquietud, preguntándonos -como buenos débiles y lerdos- quién de los otros iba a decirle al hombretón, que tenía pinta de trabajar como mínimo de estibador, que se cortara un poco. Le llama el que estaba sentado detrás de él, un chico de esos de gorra para atrás:

-Oye, tío.

Y yo creo que le va a decir: que ya es la tercera vez que nos pones ya la misma murga, vale ya, hombre. Pero lo que le dice es:

-Mola esa canción, ¿me la pasas por el bluetooth?

Una señora y yo nos quedamos mirándonos como diciendo: se están jugando los huevos esos dos. El tío del bluetooth le dice: voy a ver si se ha copiado bien, y entonces tenemos a dos copias de la Paulina de los Cárpatos hablando a la vez como si estuviera poseída. El del bluetooth quita a la Paulina y se pone a oír su propia música.

A los pocos minutos llega a la conclusión de que la oirá mejor si se aleja del otro talentoso y se sienta justamente detrás de mí.

Una hora después ya me conozco los éxitos más notables del hip-hop español, además con los coros del chico. Entonces, un tercero se dice: para estar oyendo esta cacofonía, me saco el móvil y oigo lo que me guste a mí. Dicho y hecho. Con tres músicas distintas (y la de la radio del autobús) sonando a la vez, es el momento clave en que parece inminente la caída de la sociedad humana. Si hubiera supermercados en el autobús, en ese momento estaríamos todos planeando asaltarlos. Todos están a punto de sacar su móvil, solo que yo no tengo móvil. Así que, ante la perspectiva de protagonizar un agrio remake de Soy leyenda me digo: SE ACABÓ.

Me levanto y voy al baño, donde me cambio de ropa. Al salir con mi falda escocesa y la cara pintada de azul, si alguno sospecha lo que le espera no hay nada que lo indique. Abro mi maletín nuclear y enciendo el portátil. Pongo el volumen al máximo. Yo también voy a poner mi música, me digo. Y pongo el Metamorphogenesis de Esoteric, del que una reseña dice:
"What can I say about the music of Esoteric? (...) extremely slow and torturous doom metal with some psychedelic moments and highly distorted growls and screams (...) hallucinogenic nightmare of pain and misery (...) terrifying death grunts and screams (...) This album is psychotic (...) totally misanthropic and supremely dark (...) "Metamorphogenesis" is often regarded as Esoteric's opus magnum."
Oye, mano de santo. Antes de dos minutos ya estaban apagados todos los móviles.

Y es que odio dar la razón a John von Neumann; pero es que, ante la amenaza de una represalia nuclear, a todo el mundo se le quitan las ganas de hacerse el fuerte y talentoso.


Lo que aún no entiendo es por qué no aplaudieron a mis fuerzas de liberación.

4 comentarios:

R dijo...

te aplaudo :)

Instan dijo...

Estoy de acuerdo con la política de disuasión nuclear. Pero es aún escuchar en casa los peores de los éxitos cuarenteros porque algún vecino o vecina los pone a todo volumen.

Lo malo es que en mi caso no dispongo de armas, siquiera táctica, ya que lo más hard que tengo es Wagner y me temo que los objetos de mi ataque no entenderían la indirecta, ya que dudo que tengan los referentes necesarios para entenderla.

Sr. R dijo...

Muy bueno, señorín.

Pedro Terán dijo...

Instan, yo creo que Wagner es más que suficiente.

Si no funciona, siempre puedes ponerte ese atuendo sacerdotal con el que sales en recientes reportajes blogosféricos y empezar a decirles en el ascensor: "Sé que estás escuchando música infernal... Estás poseída por el demonio... Pero te vamos a curar..."