A falta de tiempo y logística para subir fotos, y falta de ganas de explicar que en los hoteles de la cadena Sol Meliá presuntamente vacían parte de la crema protectora y el aftersun de los envases antes de venderlos a los clientes incautos que se van a ir de excursión y se dan cuenta de que se lo han dejado en casa, nada más que saludar y convocar un concurso para que no se me aburran.
Se trata de entrar en este blog a través de Google con la búsqueda más llamativa posible.
Sólo si uno se aburre mucho, claro.
El premio y los criterios de valoración me los iré pensando en los próximos días.
Alternativamente, se pueden utilizar los comentarios a esta entrada para escribir historias antropológicas de interés.
jueves, 18 de mayo de 2006
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7 comentarios:
Pues nada, empiezo yo.
El viernes estaba en una parada de autobús en Gijón, enfrente de una cafetería de dos pisos.
En el piso de arriba había una pareja. Ella llevaba sujetador negro, esto no lo digo porque yo tenga una vista excepcional sino porque en un determinado momento se quitó el jersey, se quitó la camiseta que llevaba debajo y se volvió a poner el jersey.
Unos minutos después, se quitó el jersey, se puso la camiseta y se puso el jersey.
¿Cuándo será la antropología una ciencia exacta?
A ver qué tal esta.
Hace un par de semanas. Universidad de Twente, Enschede, Holanda. Doce grados de temperatura en el exterior. Frente a la cristalera del restaurante una individua ligera de ropa le hacía un masaje sobre una mesa a un tipo semidesnudo a la hora de la comida.
Al menos, Pedro, tu historia antropológica tenía un cierto encanto para ojos masculinos, y contaba con el valor añadido de la incertidumbre: ¿sería un ritual encaminado al desnudo final del tronco de la susodicha?
Peeeero, la mía si puede conducir a conclusiones antropológicas bastante exactas:
Estaba hace un par de días en la marquesina de la parada del autobús huyendo del sol, que me taladraba la sesera como a martillazos, cuando un individuo del sexo masculino, ataviado con cazadora de rugby americano, llamativa gorra roja y gafas de sol como ojos de mosca, se sentó a mi lado sin mediar palabra. No habían pasado ni quince segundos cuando escupió como si hubiera estado mascando algo consistente. Treinta segundos después escupió por segunda vez. Veinte segundos después lo hizo por tercera, a la que siguieron una cuarta, quinta, enésima vez, espaciadas entre sí unos veinte segundos. Cuando mi estómago estaba a punto de reventar encima de su cabeza, su paciencia pareció llegar a un límite, y sin transición me espetó: “¿Usted también espera el 122?”. Para mi sorpresa le respondí: “No, el 104” Lo cual pareció satisfacerle en grado sumo e, imperturbable, siguió escupiendo con la cadencia acostumbrada. Afortunadamente, mi 104 llegó a los 90 segundos, por lo que procedí a subirme a él rápida cual perdiz acosada.
¿Qué conclusiones antropomórficas podemos entresacar del análisis de la situación presentada? La primera y más obvia es que la educación (tanto en el sentido de patrimonio o acervo cultural de un individuo, como lo relativo a las buenas maneras) es más fuerte que el asco, o lo que es lo mismo ¡antes muerta que perder las formas!
¿Se podría sacar alguna conclusión más? En el aire queda mi pregunta…
Querida antropóloga amateur:
Lo del encanto para los ojos masculinos, no lo sé. Habiendo constatado el año pasado el auge de la moda "El caso es que yo venía a la playa pero se me olvidó ponerme en casa la parte de abajo del bikini, huy qué despiste más tonto... menos mal que de algún modo se teletransportó por sí mismo al bolso y me lo puedo poner en medio de la playa", mis ojos masculinos se han insensibilizado bastante en lo que a estos hechos se refiere. Pero sigo sin entender el hecho en sí.
La otra historia está muy clara.
¿Qué sabemos del sujeto? Que viste de forma deportivo-juvenil, por lo tanto le gusta la cerveza. Que no dijo nada al sentarse, o sea que es tímido. Y que escupía mucho, o sea que probablemente había mordido a conciencia un trozo de limón.
Este sujeto estaba de cañas con sus amiguetes cuando se tropezaron con un grupo de Latin Kings. Él, para integrarse en el grupo superando su timidez, apostó una fuerte cantidad de dinero a que mordiendo un limón podía poner una cara más fea que la del Fary.
Pero resultó que no llevaba dinero para cubrir la apuesta, y los Latin Kings le dieron un plazo de 24 horas para encontrar al Fary y sacarse una foto con él que demostrase quién era el que ponía la cara más fea.
Por eso se dirigía al intercambiador de la avenida de América, para marcharse en autobús a donde actuara el Fary esa noche, y pensó que como no llevaba billete a lo mejor tenía que esperar un rato largo en la estación y si tú ibas también allí podías entretenerlo un rato.
Obviamente iba con tanta prisa que cuando tú lo viste aún no había podido escupir todo el zumo y los restos del limón.
Tú ibas a la embajada de China, que ya sé que vas a adoptar una niña, por eso ibas a coger el 122 pero como hacía buen tiempo te dio igual pasarte al 104 y caminar un rato.
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Rubén: Y yo que pensaba que me ibas a contar alguna historia protagonizada en el rol de asediada sufridora por la secretaria del centro. O sea: ¿Hay Piñeras en Twente?
¡Caramba! Esto de la antropología sabiamente utilizada bajo el prisma matemático, parece dejar un aroma lejano a arte adivinatoria, a no ser que la información estadística que manejas sea de una amplitud tal que te permita saber lo de la niña china ¡cielos, es fascinante! No obstante, a veces conviene aplicar la combinatoria para dilucidar el número de veces que podemos equivocarnos en nuestros análisis antropológicos. Tengo todas las herramientas de que dispongo a pleno rendimiento, para concluir si tu insensibilidad visual es algo preocupante o el simple resultado de las circunstancias geo-socio-culturales en las que vives inmerso. Espero no llegar a conclusiones erróneas, te haré llegar un informe detallado con las mismas.
Por lo demás, agradezco profundamente tu interpretación del comportamiento de mi vecino de marquesina, me quedo mucho más tranquila sabiendo que se trataba de un tímido… ;-)
Estimado sr. T
De las holandesas se puede decir cualquier cosa, menos que se sientan acosadas. La norma aquí es que ellas deciden cuándo, cómo, cuánto y con quién (o con cuántos) sin perder el tiempo en insinuaciones ni en el laissez-faire.
Los ¨holandesos¨ están resignados a su papel pasivo y los extranjeron aventureros suelen sufrir las consecuencias de su atrevimiento.
Esto es otro nivel.
Ups!
En el comentario anterior hay una suplantación de identidad. El pretendido Sr. T debiera ser sr. R
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