jueves, 29 de junio de 2006

29 de junio

Está claro que una de las cosas que querríamos los seres humanos (exceptuando a los políticos) es entendernos. Entenderse es complicado porque es algo que depende de las palabras, y tenemos esa tendencia a usar palabras para todo, continuamente, excepto para comunicarnos. Como en las conversaciones de ascensor:

-Hola.
-Hola.
-Hace calor, ¿eh?
-Huy, qué calor hace.
-La semana pasada hubo un poco más de fresco pero ahora ya ha vuelto la calor.
-Sí, sí. A ver la que viene si refresca un poco otra vez.
-...
-Qué tal todos.
-Bien, bien. ¿Y ustedes?
-También.
-...
-Bueno, yo ya he llegado. Hala, hasta luego.
-A mí todavía me queda. ¡Adiós!

¿De qué servirá esta anticomunicación, además con personas que te las cruzas a veinte metros del portal y ya hacen como que no te ven? Pero, en cualquier caso, lo que quiero resaltar es que, mientras uno dedique palabras y palabras a no comunicarse, difícilmente alcanzará algún entendimiento.

Por razones parecidas, siempre he sospechado que hablando no se puede resolver ningún conflicto, y esto al margen de que al menos una de las dos partes no suele demostrar interés alguno en que el conflicto se resuelva. Lo primero que haría falta es que cada uno escuchara al otro. Ahora bien, hay tres modelos de conversación:

a. Habla uno y el otro se calla, habla el otro y el uno se calla, etc.
b. Habla uno y el otro se calla, luego intenta hablar el otro mientras el uno hace por impedírselo.
c. Lucha en el barro sin reglas.

¿Qué conclusiones obtenemos, a la vista del hecho de que mientras uno habla, no puede ni escuchar al otro ni pensar él mismo?

En el modelo "c" no puede haber comunicación ya que si los dos hablan a la vez, ninguno está pensando y ninguno está escuchando. Uno puede preguntarse para qué hablan entonces cuando podrían retener la atención del otro dándole golpes en el bazo, por ejemplo.

En el modelo "b" tampoco hay entendimiento que valga ya que el uno no escucha sino que se dedica a interrumpir e impedir que el otro se exprese, por lo que está siempre ocupado y no tiene tiempo de pensar. Así que el otro es el único que escucha, pero qué más da si en realidad el uno no piensa.

Ni siquiera en el modelo "a", que parece el más favorable, podemos tener éxito. Porque hay tres cosas que hacer: hablar, pensar y escuchar, así que cuando el otro habla podemos elegir, o escuchamos lo que dice y cuando termina no hemos pensado qué le vamos a responder, o viceversa.

Por otra parte tenemos la ingenuidad de creer que cuando alguien nos dice algo, nos quiere decir lo mismo que si nosotros se lo dijéramos a él. Esto puede estar justificado o no cuando se habla con un desconocido (yo tiendo a creer que no), pero casi siempre es fruto de la vagancia intelectual y de la falta de interés en saber qué es lo que la otra persona está tratando de comunicarnos. Siempre es más fácil (y puede hacerse sin pensar en absoluto) responder holgazanamente sobre la base de palabras aisladas.

Hay aún otro enemigo del entendimiento mutuo, que es la persistencia del prejuicio o tendencia a juzgar cosas sin conocer información clave. Un ejemplo de esto es la siguiente historia verídica:

Cuando yo tenía 15 años nos llevaron de "convivencias" los padres jesuitas. Estuvimos toda la clase en Latores (de donde es conde o algo el anterior jefe de la casa real) y allí tuvimos que ponernos en corro y sufrir distintos interrogatorios al objeto de conocernos mejor y hacernos amigüitos. Una de las cosas que nos preguntaron es "¿Qué es la cosa que más te molesta en el mundo?". Bien, como se trataba de contestar con sinceridad, uno tras otro fuimos abriendo nuestro corazón: "A mí, lo que más me molesta es el hambre en el mundo". "A mí, las minas antipersonales porque patatín y patatán". "A mí, que los niños cojan las armas en las guerras". "A mí, el hambre también, cuando salen en la tele esos niños negros con moscas en la cara y la barriga toda hinchada". Después de quince o veinte testimonios parecidos, alguien dijo: "A mí lo que más me molesta en el mundo es llegar a casa y no encontrar las zapatillas". La ronda siguió con testimonios parecidos o iguales a los primeros, hasta el final.

Este es el ejemplo más paradigmático que conozco de "persistencia del prejuicio". Anda que no estuvo mi madre recriminándomelo durante años (mi madre se enteró de tercera mano o así, creo que me debí de hacer famoso con aquello), hasta que un día, ocho o diez años después, me cansé y le dije:

-Vamos a ver, ¿tú te has parado a pensar alguna vez por qué a mí me puede molestar tanto no encontrar las zapatillas?
-Pues no, la verdad es que no me lo he preguntado nunca.
-¿Y a ti te parece prudente juzgar si es legítimo o no que sea lo que más me molesta del mundo, sin saber cuál es la causa?
-Hombre, un poco imprudente puedo haber sido, pero a mí no se me ocurre ninguna causa que lo justifique.

Entonces se lo expliqué (y nunca ha vuelto a sacar el tema). Ajá.

No veo que estas deficiencias del lenguaje y de nosotros vayan a arreglarse en los próximos miles de años. Esto siempre me hace preguntarme si merece la pena hacer esfuerzos por comunicarse con gente con la que no se tiene un entendimiento espontáneo. Creo que soy del tipo tonto que cree que hacer esfuerzos tiene gracia.

La comunicación tiene, en el fondo, poco o nada que ver con las palabras. Tiene que ver con querer mirar y no sólo ver, escuchar en vez de oír, y comprender en lugar de subrayar la palabra "patata" y discutir sobre ella con tu compañero. No hay comunicación sin el deseo activo de compartir.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

1.-Pues a mi, como ya sabe ud., lo que más me molesta son los insultos al sentido común.

2.-Algo me dice que esto se va a llenar de spam. Cese estas actividades de riesgo, por el amor de Dios.

3.-Aunque ya lo sabe, le recuerdo que el ruido oral (como las "conversaciones" sobre el tiempo) es de agradecer en las conversaciones telefónicas. Aunque no se comunique nada, siempre es agradable saber que hay alguien al otro lado.

Pedro Terán dijo...

Ya intentaré hacer "mmmmmm" si me acuerdo. ¿Cómo voy a pensar hablando?

Unknown dijo...

Al margen de lo acertado o no de tu análisis sobre la comunicación humana y como desde hace un tiempo busco en tus entradas la razón final por la que las escribes, imagino que esperas que te preguntemos "Sr. Terán, ¿por qué le molesta tanto llegar a casa y no encontrar las zapatillas?". Porque, si seguimos tu hilo argumental, puedo presuponer que lo que quieres en realidad es contarnos algún trauma de la infancia, o mostrarnos alguna peculiaridad digna de mención. Y esto es porque a lo mejor soy yo la que quiere ver eso en tu comentario, ya que me muero de ganas de contar mi propio trauma infantil. O no, y lo que en realidad quieres decirnos es que te acabas de pelear con el técnico de mantenimiento porque cuando te dijo que “era cosa de la junta” se refería a la junta de goma del grifo, no al órgano rector de la comunidad, y claro, no ha habido forma de que se estableciera entre vosotros una comunicación.

En cualquier caso, no me cuadra mucho eso de “¿Qué conclusiones obtenemos, a la vista del hecho de que mientras uno habla, no puede ni escuchar al otro ni pensar él mismo?” Probablemente me esté metiendo en camisa de once varas, pero esa circunstancia suele ser directamente proporcional al sexo de los interlocutores: por suerte o por desgracia las mujeres podemos llevar a cabo ambas acciones sin mayor problema: escuchar y pensar al mismo tiempo. El que de ahí se saquen las conclusiones deseadas, eso es harina de otro costal.

De todas formas es muy interesante tu reflexión, y podría ser equiparada al hecho de que los seres humanos, pese a ser animales gregarios, que necesitan vivir en comunidad, son paradójicamente incapaces de mantener una convivencia pacífica, de igual forma que necesitamos comunicarnos aunque en muy raras ocasiones lo consigamos.

Por otro lado, me ha encantado lo de la persistencia del prejuicio, que mi padre llamaba “la insolencia de los juicios de valor”.

Unknown dijo...

Uyssss, casi lo olvido:

"2005 Año Internacional del Microcrédito"

Pedro Terán dijo...

La verdad es que no es un análisis sino un ejercicio de sublimación por dos experiencias que he tenido en los últimos días, muy seguidas considerando que hacía un porrón de años que no tenía problemas absurdos con nadie.

La capacidad de algunas personas para crear problemas de la nada y después mantenerse refractarios/as a cualquier tipo de razonamiento me asombra y ha superado mi capacidad de previsión.

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En cuanto a las zapatillas, no se pretende que nadie pregunte. No hay trauma ninguno aunque, inevitablemente, sí hay peculiaridad y una cadena lógica que lleva de ella a que la desaparición de las zapatillas me saque de quicio, y viceversa. Si no, a todo el mundo le pasaría lo mismo. (Esto me recuerda la novela "La fiebre del heno" de Stanislaw Lem)

(No, la peculiaridad no es tener espolones en el talón)

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Lo de que las mujeres pueden escuchar y pensar a la vez (sí, y mascar chicle también, no te digo :) no lo sé, la verdad es que es un tópico muy repetido pero quién sabe.

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La junta de la goma del grifo, qué idea más rara. Lo próximo será que el 2005 no fue el "Año del Tanga por Fuera".

Hablando en serio, mi "la junta" se refería a quien manda en el universo en el que un 28 de junio va y graniza. Su "la junta" claro que se refería al grifo, puedo ser "estalentao" como dicen aquí pero no tanto :)

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"desde hace un tiempo busco en tus entradas la razón final por la que las escribes"

¿Quieres decir de cada entrada individual, o del conjunto de todas?

En este caso es un texto escrito sin plan, lo que queda claro porque tiene una estructura totalmente incoherente. Normalmente intento enmendar eso sobre la marcha pero esta vez he preferido seguir para volver sobre él analizando las dificultades que presenta al lector.

En general hay varias motivaciones, una es aprender a escribir a través del ensayo y error. Pero, como ya dije una vez, al no tener "feedback" de nadie, tengo que avanzar un poco solo.

En esta ocasión el ensayo es: ¿Confundirá a los lectores la falta de coherencia en la estructura? ¿Pensarán que les llevo hacia alguna parte? ¿Pensarán que no voy a ninguna parte pero cambiarán de opinión por la rotundidad del último párrafo? ¿Puedo hacer saltar a los lectores el "non sequitur" que hay entre el penúltimo y el último párrafo, sin que se den cuenta? ¿Pensarán que he tenido un trauma infantil, al usar reiteradamente "causa" en lugar de "razón"? ¿Lo pensarán aunque no se den cuenta de la distinción entre "causa" y "razón"? ¿Qué pensarán de lo de subrayar la palabra "patata"? Y otras preguntas similares improvisadas.

Esta no es la única motivación, ni la principal, pero ya que lo escribo, por lo menos aprender haciéndolo.

Anónimo dijo...

Lo de las zapatillas me parece la mar de lógico. Se trata de un hecho cotidiano perfectamente evitable y con incidencia directa en el molestado. No se puede decir lo mismo de las minas antipersona o de los niños en la guerra.

Pedro Terán dijo...

Lo que no sé cómo puede alguien decir que "le molesta" que haya hambre en el mundo, aparte de que nos conocíamos todos y sabíamos de sobra los grandes esfuerzos que estábamos dispuestos a hacer para acabar con esas "molestias".