sábado, 6 de enero de 2007

El nombre de la cosa

Ella y él salieron a echar un pitu y yo aproveché a salir también. Resulta que ella le ha comprado a su él de ella un libro, aunque había compensado lo del libro “con tres películas”. Parece un intento loable, no sé si le dirá: “Mira, los Reyes te han traído cuatro películas, hay una que tiene la caja un poco rara y con páginas por dentro…”

Entonces la conversación se escapó a terrenos inverosímiles: que si iba a salir el número no sé cuántos de Harry Potter el siete de julio, que si iba a salir la película no sé cuántos, ella que si en las películas no respetaban el libro escena por escena y pasaban por alto “hilos enteros del libro”, él que se los lee en inglés y que si en las películas le parecía que quedaba todo muy apretujado, y yo pensando: “Madre de Dios, ¿dónde he caído que la gente habla en público de haber visto las películas de Harry Potter?”

No sólo eso, sino que ya tengo costumbre de explicar periódicamente por qué yo no leo los libros de Harry Potter. Viene a ser algo así:

-¿Por qué iba a hacerlo? Está claro que no estoy en el público potencial de esos libros.
-Porque están muy bien.
-Pero tengo otras cosas que hacer que me parecen más interesantes.
-Pero si los leyeras seguramente te gustarían.
-Pero tengo muchas cosas por leer que sé que me gustarán y que además tengo interés por leer.
-Pues deberías leerlos.
-Además tienen mucho éxito, lo que los pone a la cola de mis preferencias.
-Pero si tienen éxito es porque le gustan a la gente, con lo que es fácil que te gusten a ti también.
-Pues yo prefiero leer un libro del que no sepa nada a un libro de éxito.
-Allá tú, porque si los leyeras yo creo que te gustarían.

Total, que a todo esto la conversación iba de mal en peor: ella criticando el final de “El último merovingio” (ay, si supieran ustedes a cuánta gente se oye criticar ese final) y que si le habían gustado mucho no sé qué novelas de Matilde Asensi (creo que dijo), yo me decía: no sé si viviré en un universo librístico extraño, él que le gustaban más las de Julia Navarro (o algo así), sobre todo “La Biblia de barro”. Ella, en el colmo del paroxismo, empezó a lamentarse en voz alta de que no hubiera más novelas de Dan Brown, le habían encantado todas, “Ángeles y demonios” le había parecido muchísimo mejor que “El código Da Vinci”, yo no sabía dónde meterme, ¿y si pasaba en ese momento alguien que me conocía?, a él le gustó más la película que el libro (gente que ha leído el libro y visto la película, ¡así que es verdad que existen!).

Entonces él dijo no sé qué (mientras yo intentaba protegerme del resplandor con las manos, no fueran a iluminarme sin mi consentimiento) de “El nombre de la rosa”, y ella dijo: ““El nombre de la rosa”, hace poco me la volví a leer, para ver si pillaba el porqué del título”.

¿?

Yo no he leído la novela ni he visto la película ni sé de qué trata, aparte de que mueren unos monjes porque se les pone el dedo negro. Pero siempre he dado por hecho que todo el mundo pensaba lo mismo que yo sobre el origen de ese título.

Vamos, me he quedado sorprendidísimo. Así que si alguien tiene pruebas fehacientes de mi error, por favor que me saque de él.

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