Resulta que Leticia Sánchez Ruiz ha ganado el premio Emilio Alarcos de novela. Emilio Alarcos es uno que se empeñó en que el artículo no es una categoría gramatical (aquella lista de “artículo, nombre, pronombre,...”) sino un morfema del nombre. Leticia, por su parte, es de mi pueblo, algo mucho más interesante.
Como sugiere su nombre, Leticia era la nieta de Ruiz. Este había tenido que salir de Cuba cuando la fiesta aquella que organizó Fidel; supongo que podría haberse quedado a trabajar por la revolución pero, claro, quién tiene ganas de trabajar por una revolución que acaba de nacionalizar tus empresas. Mi padre vivió la llegada de Ruiz al pueblo y yo oí hablar de ella siendo niño; aunque no recuerdo los detalles, en mi imaginación ha quedado como una versión inversa de los desfiles de los astronautas en la Gran Manzana: en lugar del confeti lanzado desde de los rascacielos, eran ellos los que tiraban billetes a la gente.
Que sí, que ya sé que no debió de ocurrir exactamente así.
Mi relación con los Ruiz se limita a haber ayudado a mi familia a cogerles (“pañar”) la manzana en alguna ocasión. Con quién sí tuve relación fue con los otros abuelos de Leticia, que vivían muy cerca de mi familia y tenían un 124 blanco y un desván con cajas llenas de tebeos. Mi hermana era muy amiga de Leticia entonces aunque, siendo algo menor en edad, habría de descubrir un día, indistinto de cualquier otro, que su amiga había entrado en la adolescencia y había encontrado cosas mejores que hacer que jugar con ella. Como no se puede decir que luego mi hermana no le hiciera lo mismo a la vecina del 2ºA, supongo que debe de ser una constante universal en la vida de las niñas.
La última vez que entré en esa casa, y casi que la última o penúltima que la vi a ella, fue en un cumpleaños suyo hace aproximadamente la mitad de mi vida. Recuerdo que quisieron hacerme comer tortilla (seguro que con buena intención); insistieron mucho; y eso, que no volví más.
Ella se fue a estudiar algo a Salamanca, creo, y hace poco sus padres rehabilitaron una casa en el pueblo; un relato poco completo de los últimos diez años, lo admito, pero es el que tengo.
Ayer salió -me dijo mi madre, que piensa comprarse el libro inmediatamente- en la televisión autonómica. Hoy me he enterado del premio (mi madre está un poco sorda y sólo sacó en claro que había escrito un libro) leyendo el periódico mientras esperaba para que me cortaran el pelo. Sale en una foto con la viuda de Alarcos y se explica que su abuelo fue presidente del Centro Asturiano, o algo así, y que la novela es sobre una ciudad (Oviedo, que no se llama Oviedo pero tampoco Vetusta) donde se quema la biblioteca y sólo queda un libro.
Apunte: no deja de ser curiosa la moda de resaltar la dimensión simbólica del libro, en esta época en que es, de hecho, un producto de consumo como cualquier otro (esto me recuerda aquel libro de bolsillo según cuya contraportada el autor criticaba todas las cosas malas de la decadente cultura contemporánea... por ejemplo, los libros de bolsillo). Para unos, puede ser una reivindicación de algo cuya esencia se está perdiendo. Para otros, acorde con la posmodernez de ver el libro como objeto esencialmente incompleto, cuyo sentido hay que buscar fuera de él.
El camello del visir
Hace 8 horas
1 comentario:
Crónicas de un pueblo ;)
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