Como suele decirse: Hay otros mundos, pero están en éste.
Ayer venía yo en el alsa (fin de vacaciones, qué caos en la estación de Gijón) y delante de mí había un adolescente de unos 17 ó 18 años que iba con su tío o algo de unos 45. Sepan que yo no escucho las conversaciones de los demás, en cualquier caso me llamó la atención un fragmento incomprensible:
-...íbamos ganando 230 y a partir de ahí perdimos 400.
-O sea...
-Pues eso, al final perdimos 170.
Claro, ¿quién se resiste a los misterios? Si es que no es culpa de nadie.
-Pero aún quedan tres. Todavía podemos ganar.
Resultó, abreviando, que el listo y un amigo suyo igual de listo juegan al póker. De algún modo, sin duda haciendo uso de su inteligencia, se habían metido en una confrontación a varias partidas y por el momento les iba bien.
-Entonces, ¿en total?
-...
-Mil trescientos, ¿mil cuatrocientos?
-Mil seiscientos. (Pausa) Tranquilo, todavía podemos ganar. Quedan aún tres partidas.
Eso es lo que distingue al ganador: que en todo momento tiene una visión clara de lo que está ocurriendo.
A la entrada de Oviedo, le reveló a su pariente:
-Ayer gané 400 euros en una sola mano.
Sospecho que esa frase contiene alguna verdad profunda sobre el sentido de la vida pero, aparentemente, yo soy ya demasiado viejo para aprovecharla. Ni me habría molestado en recordarle lo evidente, como hizo el otro: "Luego los perdiste". Pero el ganador ni siquiera se lo tomó como una insinuación: su destino, por definición, es ganar, igual que el del autobús era Zaragoza.
Se limitó a narrar al otro su efímero momento de gloria; el otro, súbitamente arrebatado de su escepticismo, exclamó:
-¡Menuda cara debió de poner el otro tío cuando le enseñaste la escalera!
lunes, 9 de enero de 2006
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