Hay un punto en el que ya no se puede disociar más la valoración de una obra de las características de la persona que la hace. Supongamos, por decir algo, que el autor de una novela puede aburrir durante un cuarto de hora al lector sin que este proteste. Para un lector A que avanza a 150 páginas por hora, el autor puede irse por los cerros de Úbeda durante casi 40 páginas sin que se impaciente. Para un lector B que avanza a 30 páginas por hora, cada 7 páginas tiene que pasar algo. A puede disfrutar de una novela que a B le implicaría aburrirse durante segmentos de 75 minutos, cosa a la que probablemente no esté dispuesto; en una novela que sostiene el interés de B, A encuentra que pasa algo cada tres minutos de lectura: un correcalles lioso donde ninguna situación se desarrolla con la calma necesaria.
Cuando yo estuve en Francia comprendí esto con mucha claridad, porque el único francés que sabía era el de un cursillo de 60 horas. Me compré un taco de novelas de Philip K. Dick que en ese momento no se encontraban en España y empecé a leer por la que me pareció más fácil; era esa en la que el tiempo va hacia atrás, no sé cómo se llama aquí. Pues bien, la velocidad que llevaba al principio era de 8 páginas por hora (yo sabía que leía relatos de Dick a 140 páginas/hora en español), y después de 10-11 páginas me quedaba agotado. A esa velocidad y con esa potencia, les aseguro que una novela tiene un aspecto completamente distinto y que uno está tan liado tratando de esquivar los árboles que no se hace ni idea de la estructura global del bosque, ni de la evolución de los personajes, ni de los temas de fondo, ni de nada, y tres páginas seguidas donde uno no recibe nada por su esfuerzo son una pequeña tortura.
El caso es que, como recordaba ayer en un comentario, mi memoria visual es mínima, lo que hace mi relación con el cine bastante inhabitual. En la vida real, yo no reconozco las cosas por su aspecto sino por detalles de su estructura o por su relación con otras cosas. Supongo que Bliss tiene muchas anécdotas, yo me acuerdo de que a veces estoy preparando las bandejas para comer y me da la impresión de que falta algo y no sé lo que es, miro la bandeja tratando de analizarla pero no me doy cuenta porque, claro, no tengo ninguna imagen en la memoria de cómo debe quedar la bandeja con todas sus cosas puestas. A lo mejor es que había vasos fregados y a Bliss se le ha ocurrido meterlos en el armario sin decirme nada; al sacar los platos yo habría visto los vasos, pero al no verlos y no tener tampoco la imagen mental en la que sí están los vasos, no soy capaz de reconstruir qué es lo que ha fallado y por qué tengo la vaga impresión de que hay más espacio vacío en la bandeja del que debería. Se harán cargo de que descodificar una obra escrita en forma de códigos visuales me es, como poco, una fuente de quebraderos de cabeza.
En una película, gran parte de la caracterización e incluso de las motivaciones de los personajes nunca se cuenta. Está codificada en la forma de vestir, en el color del pelo, en el tipo de planos con que se describen sus acciones, en el maquillaje de los actores... Además, se acepta que todo debe resolverse mediante recursos visuales; para mí, todo eso es un idioma extranjero. En cambio, todos los detalles que me sirven de guía suelen estar horriblemente representados en el trabajo de los actores. Por ejemplo, suele ocurrir que aparecen en escena dos personajes que se conocen hace mucho tiempo. En el mundo real, al juntarse dos conocidos su lenguaje corporal cambia y se sincroniza; de hecho, mientras uno habla el lenguaje corporal del otro se modifica según cómo cree que la frase va a continuar, y el del uno se adapta anticipadamente a la reacción que cree que va a provocar. Hay toda una conversación silenciosa que transcurre unos momentos por delante de la verbal. (Esto no se trabaja mucho en las escuelas de arte dramático.)
Así que, en vez de ver en la pantalla una exitosa profesional liberal segura de sí misma tomando un café con un idealista compañero de la universidad al que ha dejado su pareja, yo veo una mujer y un hombre de los que no sé nada excepto que se han reunido para fingir que se conocen.
En suma: el cine no es para mí.
En este contexto es en el que hay que entender mi afirmación totalmente seria y sincera de que Primer es la única película que conozco que vale la pena ver.
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Hace 1 día