y por tanto no necesitan colonia. Cuando le conté la teoría siguiente a Bliss, la verdad es que me miró como si estuviera un poco p'allá, pero creo que ahora está casi convencida.
Habrán notado la moda zombi que nos invade. Los números de películas y novelas de tal temática aumentan más rápido que las cifras del paro, y hasta hay editoriales que están sacando colecciones de novelas de zombis. Habrán oído hablar quizás de las versiones zombi de
Orgullo y prejuicio,
El lazarillo de Tormes,
La casa de Bernarda Alba,...
Se han dado varias explicaciones de lo que representan los zombis contemporáneos: para uno, los zombis son una metáfora de la masa consumista indiferenciada; para otros, son los parados, o los inmigrantes. La zombificación se extiende por la sociedad como un virus; nuestros vecinos de al lado, esos que nos caían tan mal, llaman a la puerta para hacernos como ellos, sólo que ahora pegarles un tiro cuenta con todos los parabienes éticos. ¡Cómo mola la literatura! En cualquier caso los zombis son los otros, sean unos otros u otros, y estamos dispuestos a todo para no caer en sus manos.
Yo soy de la escuela de la masa indiferenciada, en parte porque leí en su momento el manifiesto del Unabomber y me quedé con la idea de que los centros de decisión que conforman a nuestras vidas cada vez están más lejos, y nosotros cada vez más desposeídos de la capacidad de crear las condiciones en las que queremos que se desarrolle nuestra existencia. Eso, y que he constatado que, en un momento cualquiera, la moda a 3000 kilómetros de distancia es exactamente la misma que aquí.
Pero mi pregunta al respecto era: ¿valen algo esas explicaciones
post hoc que racionalizan lo que quizá no es más que una moda coyuntural? De ser así, la moda zombi tendría un correlato en el trabajo de los profesionales más interesados en las pulsiones inconscientes del hombre moderno: los publicistas.
Y, ¿en qué producto concreto se apreciaría más claramente? En las colonias, me dije: porque los seres asquerosos llamados zombis no se peinan, y por lo tanto no usan colonia.
Así que este año estoy examinando los anuncios de nuevas colonias (que ya llevan algunas semanas dando la matraca para que en diciembre estemos familiarizados con sus marcas).
Mi impresión es que, en los últimos años de bonanza económica, el mensaje era que la colonia es una
inversión: a través de la compra de colonia conseguirás cosas. Ahí tenemos imágenes como la chica atravesando una piscina de oro (J'Adore de Dior) o la que escala una montaña de manzanas para alcanzar el verdadero amor que cuelga, como una joya, de un árbol (Nina de Nina Ricci; toma subtexto).
Pero sí que me parece que el mensaje ha cambiado en los nuevos productos de este año, como Bleu de Chanel y 212 VIP de Carolina Herrera: con esta colonia no serás igual que los demás. Ambos anuncios coinciden en oponer el protagonista a una multitud (por oposición a productos que anteriormente jugaban la carta del diferente, como Solo y Hugo Boss). Esto creo que viene para quedarse y se debe al ascenso de las redes sociales; quizá debamos acostumbrarnos a los anuncios de colonias con tanta gente como una página de Facebook.
Es interesante que, también, ambos asocian directamente (no a través de un símbolo focal como el oro, la joya) su producto al consumo de experiencias: la colonia es explícitamente la llave a un mundo reordenado donde gozamos del control vital y nosotros focalizamos la atención; los demás ponen sus ojos sobre nosotros y saboreamos su constatación de nuestra diferencia.
Un entorno ficticio, pero que mola más que el mundo real, y eso es algo que no anhelaríamos si nuestra verdad no fuera tan anodina e indistinta como la de esos malditos otros a los que querríamos no parecernos.
En fin, denle alguna vuelta a la hipótesis zombi cuando les aburran los anuncios. Es divertido.