Me preguntaban en un comentario qué tendría de trágico que el acervo cultural de la humanidad contara con una serie de diez libros sobre "estructuras algebraicas de Smarandache". O más bien "qué tiene de trágico" pues ya hemos dicho que esos diez libros existen y que sólo costó un año escribirlos.
Esta es una pregunta muy pertinente, pues uno puede pensar que siempre será preferible que haya diez libros sobre un tema a que no haya ninguno. También puede pensar que la libertad de expresión permite a cada uno escribir libros sobre el tema que desee y ¿quién sería yo para decidir sobre qué se deben o no publicar libros? ¿No sería eso una forma de censura? ¿No podría a su vez venir alguien y decirme a mí que no deberían publicarse mis investigaciones?
Para entender la respuesta, hay que tener en cuenta que la ciencia, en algunos aspectos, funciona de forma distinta a casi todo lo demás (en otros, funciona igual que todo lo demás).
La característica esencial de la ciencia es que los investigadores se mueren, y lo que hacemos al respecto.
La meta de un investigador es descubrir. Descubrir implica llegar más allá de lo que llegaron nuestros predecesores. Llegar más allá es imposible si cada investigador tiene que partir de cero. Y no partir de cero es lo mismo que decir que podamos tomar los trabajos y conocimientos anteriores como válidos y construir sobre ellos.
Paradójicamente, el camino que ha elegido la ciencia para poder confiar en lo anterior consiste, simplemente, en no confiar en nada y someterlo todo a la crítica más detenida posible. Así, el científico siente dos urgencias: la urgencia de compartir sus resultados y la de impedir que los errores se propaguen. Por una parte, crear nuevos brotes; por otra, podar para que estos sólo surjan de las mejores ramas.
Y esto, ¿por qué? Porque el científico sabe que se va a morir, sólo tiene un corto espacio de tiempo y, puestos a trabajar, se trata de trabajar sobre bases sólidas. Bases que están ahí porque han sobrevivido a la crítica de todos nuestros predecesores
y a la nuestra propia. Y se trata también de proporcionar bases sólidas al trabajo de nuestros sucesores, dentro de nuestra pequeña capacidad.
Por tanto, cuando algunos "estudiosos de la ciencia" de los que hablaba el otro día afirman que la ciencia es una "actividad literaria" y que el objetivo de los estudios científicos es "convencer a sus lectores", están perdiendo de vista en qué consiste la ciencia. Personalmente, nunca he escrito ni una sola línea de mis trabajos con la intención de convencer a nadie. ¿Qué tendría eso de bueno? Doy por seguro que todos mis trabajos contienen errores, no tengo por qué querer convencer a nadie de que no están ahí; y cuanto antes los detecten, mejor para mí y menor riesgo de que ese error se extienda a los trabajos de otros.
Antes de ser escrito, un trabajo científico debe superar la autocrítica. ¿Aporto algo significativo? ¿Tengo nuevas técnicas y nuevas ideas? ¿He llegado hasta el final de lo que puedo aportar? ¿Tiene sentido tomarse el trabajo de redondear los resultados, organizarlos, escribir una introducción, preparar una bibliografía y afrontar el (duro) proceso de publicación?
Antes de ser publicado, debe superar la crítica de los demás. Según el sistema de "evaluación por pares", mi trabajo será enviado a varios investigadores cercanos a mi tema para que se pronuncien. Los evaluadores no reciben nada a cambio, por lo que la atención que prestan a esta tarea es variable. En cualquier caso, deben listar todos los errores y limitaciones que encuentren, valorar el interés del trabajo, el alcance de los resultados presentados, la calidad de la exposición, etc.
A la vista de estos informes, el "editor asociado" (en español habría que decir más bien "redactor") a cargo del artículo decidirá, bien rechazar el artículo, bien pedir al autor que haga todos los cambios necesarios para satisfacer a todos los evaluadores. Es excepcional que ningún evaluador sugiera ningún cambio y el trabajo se publique tal cual. No es nada excepcional que se pida a un autor una revisión y luego se rechace esta (o la segunda revisión, o incluso la tercera).
Si ese proceso acaba bien, con todos los informes favorables en la mano y su propia opinión, el editor asociado escribirá al autor para pedirle nuevos perfeccionamientos si lo considera necesario. Finalmente, la decisión de aceptar el trabajo pasa al o los editores en jefe, quienes también tienen total libertad de proponer mejoras o sugerencias (aunque, dado el volumen de artículos que manejan, no suelen hacerlo).
Es al final de este proceso cuando yo digo que todos mis trabajos deben de tener aún errores. La mayoría (digamos, el 99%) de los errores no son peligrosos, unos porque son obvios para todo el mundo (por ejemplo, escribir
i en vez de
j, o
N en lugar de
N) y otros porque pueden repararse fácilmente por el lector (experto) y no afectan a la validez de los resultados.
Si un lector detecta un error "peligroso", lo que aún no me ha ocurrido nunca, entonces se pondrá en contacto conmigo para pedirme explicaciones. Me dirá: en su Teorema tal de la página tal del artículo tal, en la línea tal de la demostración usted dice tal y a mí me parece que eso es mentira (o: que usted no prueba por qué eso habría de ser cierto) por tales y tales razones. Si tiene razón, yo escribiré un "corrigendum" explicando el error, qué afirmaciones quedan invalidadas y qué afirmaciones quedan en entredicho, y en qué trabajos posteriores yo he utilizado esos resultados y por tanto quedan igualmente en entredicho. Si no tiene razón, haré bien en convencerle con pruebas sólidas de su equivocación, pues en caso contrario será él quien escriba una nota denunciando mi error (las revistas no sólo no conspiran para ocultar los errores que sus evaluadores no detectaron, sino que por lo que observo suelen dar prioridad a la publicación de estas "denuncias"... por lo menos en el campo de las matemáticas donde suele estar claro quién tiene razón).
Y, finalmente, aunque mi trabajo sea interesante y correcto, estará por ver si alguien lo cita o no. Lo puede citar porque use los resultados contenidos en él, porque le parezca un trabajo relevante dentro de su campo o una buena referencia bibliográfica. La mayor parte de los trabajos científicos (¡y no me refiero al 51%!)
nunca llegan a ser citados por otros autores.
Esto en lo que se refiere a la publicación de artículos, que es la unidad básica de la investigación. Como se ve, cuando un artículo alcanza un cierto nivel de relevancia (por ejemplo, un artículo de matemáticas que reciba 50 citas de otros autores en revistas con índice de impacto) ha sobrevivido a una crítica durísima, y aun así yo conozco al menos un artículo aparecido en una revista de prestigio que es una patata y lleva ese camino si es que no ha superado ya la barrera de las 50.
Ahora bien, un libro es
infinitamente más serio que un artículo. Hay cientos de artículos por cada libro que se publica. Un libro se convierte automáticamente en material de referencia, y en la base en la que se apoyará quien quiera trabajar en ese campo.
Por eso, escribir un libro de investigación científica en un año es, o bien un cachondeo, o bien fruto de una dedicación y una clarividencia sobrehumanas. Escribir diez, claramente excluye la segunda opción mientras los días sólo tengan 24 horas.
Si las vidas de los matemáticos fueran infinitas, no me cabe duda de que el estudio de las "estructuras algebraicas de Smarandache" terminaría dando algo de valor. Una estructura algebraica de Smarandache es, simplemente, cualquier estructura algebraica que contiene una subestructura con mejores propiedades. No es fácil encontrar el interés matemático de este concepto tan vago y no podría decir que lo que he visto ojeando tres o cuatro de los volúmenes sea sustancialmente distinto de lo que podría hacer yo cogiendo un libro de texto de primer curso de Matemáticas y añadiendo la palabra "Smarandache" a cada estructura que se mencionara.
En fin, si yo dijera que un "político de Terán" es un político que está casado con una funcionaria, y me dedicara a escribir libros, a ritmo de diez al año, sobre las "Ciencias Políticas de Terán", ¿sería trágico? Pues, hombre, considerando que podría haber estado tomando el sol en la playa, sí.