En el último año de carrera hice un cursillo
(Abrimos aquí un paréntesis para homenajear una histórica conversación entre una alumna y el profesor promotor del cursillo:
-¿Y hacer este cursillo luego me servirá para poner en el currículum?
-Sí, te servirá aproximadamente como haber hecho un cursillo de corte y confección.
Ahora es decano, qué podemos decir, la vida es injusta.)
sobre C++ Builder, una cosa de aquello de la programación orientada a objetos. Pues bien, si uno hace un programa con el Builder para que le escriba en la pantalla "Hola, mundo", luego lo compila y genera un ejecutable, este ocupa(ba) casi casi 1 Mb.
Veinte años antes, el ZX-81, que es el primer ordenador en cuyo manual vi lo de "Hola, mundo", tenía 2 Kb de memoria de los cuales hasta 800 bytes (25 filas de 32 caracteres) se iban en guardar el contenido de la pantalla.
Huelga decir que no hacía falta cargar varias librerías para poder hacer el programa, simplemente escribir
1 PRINT "Hola, mundo"
Que no estoy diciendo que sean mejores los lenguajes interpretados que los compilados, ni que las librerías sean una mala idea, simplemente que en el ZX-81 ocupaba 21 bytes y en C++ Builder, 1 mega.
Aquí fue la primera vez que me di cuenta de que esto no podía seguir indefinidamente.
Otro ejemplo, ahora ya echándome la culpa a mí mismo, es mi relación con el Firefox. El número de pestañas abiertas tiende a infinito, de hecho lo único que le impide llegar a infinito es el límite de los recursos del ordenador.
Ahora mismo, en el portátil que uso el límite está alrededor de 400 pestañas, y de PDFs no estoy seguro, no hace mucho no te abría más de 24 a la vez pero sospecho que ya permite más.
¿De qué me sirve eso? ¡De nada! Si cada vez necesito dejar abiertas más cosas es porque nunca vuelvo atrás a leerlas. Sí que vuelvo, el problema es que al aumentar las ventanas y pestañas, primero a ver quién encuentra dónde está un contenido, y luego a ver quién se acuerda de que tiene una pestaña abierta con ese contenido.
Es un síndrome de Diógenes cibernético. Sigues acumulando más material en vez de leer el que tienes porque siempre te parece que quedan muchas cosas más interesantes que encontrar en Internet. Gestionar sensatamente lo que tienes llevaría tiempo y sería aburrido: ¿qué mejor que dedicar ese tiempo a la actividad, mucho más divertida, de encontrar más cosas aún mejores que las que tienes en espera?
¿No es eso la esencia del consumismo: encontrar el hecho de la adquisición mucho más atractivo que el disfrute del bien? ¿Para qué disfrutar del bien, si puedes estar adquiriendo otros?
Otro ejemplo: a fecha de hoy, una foto digital ocupa más espacio que el que tenía un disco duro hace veinte años.
En todo caso, no sé hasta qué punto puede sostenerse esta escalada de hiperabundancia de ciertos recursos. En el imaginario popular, la idea del progreso sin límites ha llegado hasta a la venta de leche. En un anuncio radiofónico de una marca de leche, dice un real o presunto ganadero: "Si la madre da mucha leche, imagínate la que dará la hija".
Y no: una vaca no es como un disco duro o una cámara digital. Aunque la publicidad ha roto ya la barrera de lo plausible, y cualquier combinación de palabras puede darse en un anuncio, me pregunto si de verdad nos están haciendo olvidar aspectos básicos del mundo real.
(Vaya, como que los apuntes no caen del cielo...)