Una de las cosas más interesantes que me pasaron en septiembre es esta: iba yo en autobús, en algún trayecto Zaragoza-Badajoz o Badajoz-Gijón o viceversa, buscando en la radio una emisora interesante, cuando me cruzo con una música que me llama la atención.
Era como una especie de metal tocado por una orquesta (en lugar de unos melenudos), aunque distinto a la vez. Dado que la emisora sólo podía ser Radio Clásica, pensé que podría ser alguna composición actual de algún gamberro sonoro, aunque poco tardé en darme cuenta de que necesariamente esa música tenía que ser anterior a Metallica (por decirlo de alguna forma).
Al poco tiempo, estaba convencido de que tenía que ser anterior a 1950.
Al poco tiempo, de que tenía que ser muy anterior. Pensé que podía ser Khatchaturian (o como se diga); aunque debo aclarar que por mi gigantesca ignorancia musical sólo podía elegir entre Khatchaturian y Britten, y Britten no era.
Seguí escuchando, sintiéndome perfectamente cómodo en esa especie de metal primigenio sin riffs surgido de no sabía dónde, aunque la emisora cada vez se oía más lejos y peor, y conforme acababa creí que iba a desaparecer sin que pudiera enterarme de qué acababa de oír.
Pero no fue así: era La consagración de la primavera, de Stravinski.
Así que era por esto por lo que se habían pegado de leches en el estreno, pensé. Constato, divertido, que la Wikipedia habla de "intencionadamente brutales polirritmos y disonancias"; pues a mí me sonó muy bien.
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