Querido diario:
Ay (y no me estoy refiriendo al faraón Ay de la decimoctava dinastía). Como sabes, desde que superé el trauma afectivo de que aquella enfermera morena me mandara a casa
por llenar mal el bote de orina, vengo intentando proyectar una imagen de gran eficiencia y asertividad en mi relación con el sexo opuesto. Esto parece tener importancia por alguna razón.
Pero, a veces, a pesar de mis esfuerzos, la única banda sonora capaz de describir ese momento en que la realidad cruza inadvertidamente hacia lo paranormal es esta: dos gemelas rubias interpretando Iron Maiden con sus arpas mientras llevan unos vestidos cosidos por ellas mismas.
El viernes a mediodía había quedado con una chica que conocí por Internet. Amigo diario, ahora sé que, por si te retrasas, no debes nunca quedar en una plaza justo a la hora a la que van a tocar las campanas el
Asturias patria querida. Resalta bastante el hecho de que es la hora y no estás ahí. Y yo me había encontrado con mi ex alumno Omar, que ha abandonado Biología y parecía contento por ello, y tampoco lo iba a dejar con la palabra en la boca después de aquella vez que estuvimos rajando del final de
Perdidos antes de clase. Ay, qué final (y no me estoy refiriendo a casarte con tu nieta tras enviudar ella de su medio hermano y a la vez hijastro).
Cruzando la plaza, me dirigí a un banco donde esperaba sentada una mujer. Pero cada vez estaba menos seguro de que fuera esa. Iba vestida toda ella de negro y llevaba unas gafas muy negras, ¿no sería una viuda doliente? Más cerca vi que tenía un tatuaje de buen tamaño en la pantorrilla izquierda; de ser viuda, debía de serlo de un aficionado a los deportes extremos o rapero profesional.
Entonces ella se levantó y vino hacia mí y se acabó el debate.
-Se te reconoce muy bien -pronuncié, asertiva y eficientemente. La historia de Omar claramente no molaba como excusa; ¿debía decirle algo más asertivo que que venía de cruzarme con un ex alumno? ¿Algo eficiente, como que venía de despedir a unos trabajadores?
-¿Adónde vamos?
-No sé, por aquí solo he estado... ahí... una vez, en 2010, pero fue en un congreso.
Acabamos en una terraza al pie de la catedral. Nos trajeron nuestros cafés. No tardó en salir el tema.
-Me tienes que explicar cómo es eso de que no tienes móvil.
¡Qué bien había hecho en no decirle que me había retrasado enviando despidos por SMS! Oh, ¡lúcido por una vez!
Y, querido diario, en el fondo es tan sencillo como que tampoco tengo picador de ajos, es una tecnología prescindible. Ya lo dijo Ay: "El monoteísmo... ¿qué futuro tiene el monoteísmo?".
-Pero ahí hay algo más, una cuestión ideológica de fondo.
Sí, bueno, no, este, hum...
Al final, sin saber yo cómo, la cosa viró a
-¡No se trata solo de tus necesidades!
Con frases así, en las mesas circundantes nadie se iba a creer que no hacía aún media hora que nos conocíamos. Yo me limité a hacer como si hubiera caído una bomba cerca que no me hubiera dejado oír bien lo que me decía.
Y el caso es que el tatuaje le quedaba muy bien; pero por otra parte la frase como que me traía desagradables ecos de discusiones futuras. Tatuaje en la pierna. Ecos de discusiones futuras. Tatuaje. Ecos. Tatuaje. Ecos. Luz. Polilla. Yo qué sé.
También es verdad que podía haber empezado las hostilidades yo sin advertirlo cuando le pregunté:
-Y, ya que ha salido el tema, ¿cómo llevas el que se rían de ti?
Que en su contexto había sido una pregunta con el máximo respeto y desde la simpatía y el cariño; pero supongo que es inevitable que luego también te caigan bofetadas a ti.
Y todo, por intentar ser amable.
Cuando hubimos terminado los cafés, ocurrió otro suceso de los más asombrosos. Atento, diario. Al pedir ella otro café, la camarera no solo se fue sin comprobar si yo quería algo (esto no es asombroso, es lo normal) sino que procedió a volver al establecimiento por una ventana. Cuando me recuperé de la sorpresa tampoco quise desconcentrarla llamándola, pues estaba en dudoso equilibrio con una pierna dentro y la otra fuera. A ver si se cae encima de alguien que estaba jugando al mus y la tenemos.
Quizá se llame "Cafetería La Cámara Oculta". Los viernes por la tarde pasan los vídeos de la semana y los parroquianos se mueren de risa.
Para el final del segundo café ya era prácticamente la hora de comer. Además, llovía. Seguro que ella pensó lo mismo, porque me preguntó:
-¿Has visto alguna vez el Museo de Bellas Artes?
Y yo no lo había visto, o sí pero no me acordaba por
mi falta de memoria visual, y además nunca había comido en un museo. (Una vez cené en una cava, pero hubo un incendio y no tuvieron tiempo de pasarnos la cuenta.)
Ya dentro del edificio, me dejé guiar por la experta.
-Si te parece, subimos hasta el último piso y vamos bajando.
Arriba, entramos en una sala. Había un montón de cuadros, repartidos por todas las paredes menos el techo.
-Este me gusta mucho -me señaló. Era el retrato de una mujer estirando el brazo, por lo que posiblemente se llamara
La abducción. El autor venía en los subtítulos del cuadro pero solo recuerdo que era español. Por ello imagino que sería algo de la Guerra Civil, como el cine español en general.
Un piso más abajo dominaba la temática religiosa. Ella observó:
-No me gusta nada la pintura religiosa. No son más que escenas desagradables.
Yo pensé: "Vaya, tampoco está el comedor en este piso". Y no me extrañó, porque ¿quién puede abandonarse a la gastronomía al lado de un mártir? Lo que sí había es muchos empleados ociosos dando vueltas de un sitio a otro. En ese restaurante había más camareros que clientes, y eso que era la hora de comer. La crisis, imagino...
En el siguiente piso nos sentamos en un banco. "¡Al fin!", pensé. "Ahora nos traen unas bandejas con ruedinas y la carta mientras contemplamos estos cuadros. Yo pediré gambas al ajillo". Una mujer con gafas salió de detrás de algo pero se fue por otro sitio. Luego, no vino nadie.
-Yo soy muy fan de Sorolla -reveló mi guía, con aplomo.
Desde luego, querido diario, nadie puede negar que es todo un maestro de la incorrección política y la burda provocación gratuita. Y, a mí, pues nunca me ha ido el papel de
bourgeois épaté. En cambio, ella parecía analizar, escrutadora, la durísima imagen de tres niños desnudos sin ropa esperando en la orilla, indefensos, a que unos hombres aparentemente también desnudos de cuerpo y mente vuelvan del mar. Si alguien decidiera mandarme al móvil imágenes de semejante jaez, iría yo mismo a denunciarlo antes de que pudiera aparecer en mi casa una brigada contra la pornografía infantil, lo que no tardaría en ocurrir a poca eficiencia y asertividad que tuvieran los agentes.
Y es que el tal Sorolla es de los que, con tal de crear controversia para que le compren sus cuadros, se dedica a provocar por provocar, arrebañando la hez de la condición humana y esparciéndola con dadivosidad por sus pinturas.
Chasco sonoro. Brutal decepción. Y nada de gambas.
Ay, cuánto ha cambiado el arte desde tus tiempos. Qué te voy a contar a ti, que viste esculpir el busto de tu hija y suegra Nefertiti. Cuánto ha decaído la moral, y con ella el arte. Ahora la gente viaja en moto, y se hace tatuajes, y seguro que siguen en Twitter a Sorolla y a otros sicofantes patafísicos como él.